LA ERA DEL BIEN Y DEL MAL Sala Cultural de Caja España Del 3 al 27 de octubre de 2002 laborables:
de 19.30 a 21.30h
Colecciones MODESTO MARTÍN Y LUIS RESINES |
Las láminas murales que responden al título de La enseñanza del Catecismo, como otras colecciones de la época, constituyeron en el momento de su aparición -1913- una novedad poderosamente llamativa. Frente a los catecismos tradicionales, con escasos grabados, pequeños y sólo en blanco y negro, unas láminas grandes, claras y luminosas suponían un cambio notable en el empleo de la intuición en la catequesis. Salieron ganando las láminas murales, con una clara victoria. También tuvieron que competir, a principios del siglo XX, con las proyecciones luminosas o diapositivas. Con relación a ellas, la ventaja resultaba decidida a favor de las láminas, por el coste mucho más reducido. De ahí que tuvieron un éxito garantizado al menos durante un cuarto de siglo. Estas láminas reflejan los gustos, la catequesis, la liturgia y la mentalidad de la época que las vio nacer. Hoy resultan distantes por los cambios de criterio que han tenido lugar, especialmente desde la revisión del Concilio Vaticano II. Contemplar hoy estas láminas es recrear una época, saborear y examinar sus planteamientos, disfrutar de la emoción estética y religiosa que las láminas trataban de suscitar. A la vez, dan la oportunidad para valorar con serenidad los cambios operados en la catequesis desde hace un siglo. Pero estas láminas, y la concepción religiosa y teológica que las sustenta, son el terreno sobre el que se ha construido una concepción religiosa nueva. De ahí que valga la pena mirarlas con ternura, con ingenuidad, con añoranza.
Luis Resines |
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Padeció bajo el poder de Poncio Pilato
La parte superior de la lámina representa una escena en dos dibujos relacionados; la franja inferior, una quinta parte, aparece a su vez subdividida en dos cuadros.
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Las penas del infierno
Domina el rojo y negro. Y el tono macabro. Las francachelas, orgías, pecados, marcan el camino de la condenación, a la que van llegando los reos. Un demonio los empuja; se ve precipitarse a uno boca abajo, mientras otros son acorralados hacia el mismo destino. Un árbol seco simboliza la vaciedad de una vida sin frutos. |
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La resurrección de la carne
El camposanto, abandonado, medio ruinoso, podría indicar el final de los tiempos, de la historia, cuando ya no queda nadie vivo para atender y cuidar las cosas. Entonces se produce la resurrección de los muertos, expresada con el término físico, material, de "resurrección de la carne", según la expresión del credo. Está resonando el pasaje de 1 Ts. 4, 16: "El mismo Señor bajará del cielo con clamor en voz de arcángel y trompeta de Dios, y los que murieron en Cristo resucitarán en primer lugar". El Apocalipsis alude también a este momento, con el sonido de la séptima trompeta: "Ha llegado el tiempo de que los muertos sean juzgados, el tiempo de dar la recompensa a tus siervos los profetas [...] y de destruir a los que destruyen la tierra" (Ap. 11. 18). El dibujo presenta los preparativos inmediatos: varios ángeles -no uno solo- hacen sonar trompetas, a cuyos ecos tiene lugar la resurrección. Hasta seis difuntos comienzan a salir de sus sepulcros, revitalizados. En la escena no hay riada tétrico, ni espantoso. La afirmación de la resurrección es precedente y condición indispensable para la celebración del juicio. Éste (representado en la lámina 20) tiene el carácter definitivo de premio o castigo. Pero la resurrección aún no. En contraste con otras representaciones parecidas, debidas a los pinceles de otros artistas, donde salen de los sepulcros multitudes ingentes de difuntos, y éstos tétricos, como esqueletos animados, Llimona ha optado por otra línea divergente: pocos resucitados en número, y, a juzgar por lo que se percibe en el que está en primer plano, surgido de la tierra hasta la cintura, ceñida con un lienzo, goza de una salud plena. No cabe ni una resurrección en etapas progresivas, ni tampoco tenía sentido aterrar las imaginaciones infantiles con visiones cadavéricas espeluznantes, Nada de esto aparece en el dibujo. |
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Amén
Escena única. Un hercúleo ángel metalúrgico alza un martillo con el que se apresta a golpear un gigantesco remache de hierro; de esta forma cierra definitivamente la boca M infierno. Todavía no lo está de¡ todo, y, a pesar de la tapadera que la bloquea, salen aún unas pequeñas columnas de humo que se extinguirán cuando el atlético querubín termine su función. Es la época de la "arquitectura del hierro", que tiene como máximo exponente a Gustavo Eiffel, arquitecto y diseñador de la torre que elevó en París para la Exposición de 1889. Siguiendo sus trazos numerosos edificios con las más diversas funciones, disponían de estructuras de hierro unidas con tornillos o con remaches. La colección de láminas para la catequesis no se pudo abstraer a su época, y aquí aparece reflejada. En la parte superior de la lámina aparece la palabra "Amén", que es la que da pie a este dibujo, como conclusión del credo. Con ello se pretende dejar claro, y bien aprendido que un amén, una afirmación, un sentimiento, una palabra empeñada, tiene un valor definitivo del que no es posible volverse atrás. Se invita al creyente a un asentimiento radical. Éste se extiende a todas y cada una de las afirmaciones del credo que han presentado las láminas precedentes, de manera que asentir es aceptar que se está de acuerdo con todo lo anteriormente presentado. Además, desde el punto de vista de la persona que lleva a cabo la afirmación, implica su propio compromiso irrevocable. Es un sí del que luego no se puede desdecir, una aceptación que debe ser pensada, y emitida con plena conciencia. En esas condiciones, un "amén" emitido es tan definitivo como definitivo aparece en el dibujo el cerramiento del infierno para el creyente. la plástica de este fornido ángel deja zanjadas todas las cuestiones anteriores; el creyente de verdad debe hacer lo mismo. |
RELACIÓN DE LÁMINAS
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